¿Eh?... ¿cómo dijo?... ¿...? Los signos de interrogación tienen forma de oreja; como cuando apuntalamos la escucha precaria con la mano curveada para captar mejor las señales acústicas. El mismo principio físico-geométrico para captar las frecuencias invisibles del espectro radioeléctrico. Las palabras también son cuencos siempre insuficientes para captar la lluvia de ideas que forman torrentes y corrientes de consciencia, si bien oceánicas, fluyen dentro de los centímetros que median entre los dos tímpanos. Las palabras: esas parábolas para la liquidez del pensar, esos ecos secos.
Estas palabras y las que siguen ya son ecos de los ecos, reflexiones, reverberaciones de una experiencia colectiva de creación, producción e investigación en manifestaciones artísticas ligadas la sonoridad, o bien, generadas a partir de ella. ¿Su tema? El Agua: un elemento natural de materialidad fluida que requiere concavidades para retenerse, de igual manera que el sonido, materia aún más sutil y evanescente, adquiere volumen mediante cajas de resonancia. Parábolas y cántaros para contener lo efímero, transparente y desbordante; ya sea para hidratar o para escuchar: necesidades básicas humanas.
¿Eh?... ¿cómo dijo?... ¿...? Los signos de interrogación tienen forma de oreja; como cuando apuntalamos la escucha precaria con la mano curveada para captar mejor las señales acústicas. El mismo principio físico-geométrico para captar las frecuencias invisibles del espectro radioeléctrico. Las palabras también son cuencos siempre insuficientes para captar la lluvia de ideas que forman torrentes y corrientes de consciencia, si bien oceánicas, fluyen dentro de los centímetros que median entre los dos tímpanos. Las palabras: esas parábolas para la liquidez del pensar, esos ecos secos.
Pero bueno, aquí se trata en principio de ofrecer unas notas curatoriales referidas a los procesos creativos y los productos resultantes detonados por la convocatoria institucional Ecos Sonoros de cuyo catálogo y memoria en línea esto forma parte. No repetiré, pues, lo que de manera abundante, gráfica e incluso audiovisual se presenta en este mismo sitio. Se trataría de hacer explícitas algunas circunstancias y perplejidades que Helena Braujnstain y yo afrontamos para organizar la diversidad (por momentos intimidante) de propuestas y piezas producidas, tan atractivas como resistentes a ser acomodadas en el rompecabezas coherente que en principio debe ser una programación, si, otro recipiente para reunir lo disperso y centrífugo.
Se nos ofreció el desafío gozoso, el feliz problema, de cruzar los espacios y fechas disponibles para ubicar y trazar afinidades posibles, por mencionar algunas: en el concepto, el modo de producción, la estrategia creativa, las formas de interactividad propuestas, las tecnologías utilizadas, la vinculación entre investigación y creación, o bien, el "statement" artístico. Muy pronto debimos renunciar a establecer criterios a priori para transitar hacia una estrategia más receptiva, de escucha, para permitir que del conjunto de los trabajos brotaran posibles diálogos, afinidades y contrastes. Es ese, más que cualquier otro, el criterio que efectivamente puedo aquí consignar. Y ese era solo el reto planteado en el sentido más inmediato de programación artística, el nivel más visible de lo que viene siendo, de lo que se viene llamando, abran paso al denominador: curaduría.
No este el espacio para practicar una genealogía de la función curatorial. La denominación Curator es de uso en el mundo anglosajón. En España y otros países europeos se les llama más bien comisarías, o sea quien comisiona o encarga obras de arte o bien las selecciona para ciertas muestras o exposiciones. Quizá una filología relámpago nos traiga algunas resonancias del latín curare, que hoy podríamos asociar al sentido de cuidar, nutrir, hacerse cargo, pero en el sentido preciso de una responsabilidad civil como la de Pro-Curar justicia; de un servicio público, como puede serlo a una comunidad eclesiástica y su eclesía, es decir la iglesia y su pastor, es decir: el cura, que por lo mismo se llama así.
Reverberando así en las cúpulas que multiplican sus armónicos, Heidegger le otorgó un estatus óntico-existencial en su primera filosofía vinculando la "cura" del "Ser" como tarea fundamental del Dasein (el famoso Ser-ahí) siempre en situación, siempre en condición de estar en el mundo, frente al horizonte de la finitud, de la muerte. Es decir: algo que suena muy, muy intenso, sofisticado y pleno de autenticidad. Tanto como para que el mundo contemporáneo del arte anglosajón, que como parte del sistema capitalista es sobre todo mercadotecnia publicitaria, lo pusiera a circular hace algunas décadas, hay que decirlo, con éxito.
Hace unos 4 años me percaté empíricamente de ello, cuando realizaba una curaduría para Cultura UNAM y después de la inauguración fui con algunos de los artistas a un lugar muy hype, exclusivo y medio clandestino. Me presentaron como "el curador" lo que me trajo de inmediato todo tipo de cortesías, consideraciones, coqueterías y cocteles gratis. (¿por qué no es posible detener esos instantes tan bellos?) Una aproximación al universo y función curatorial en la cultura contemporánea mucho menos superficial, apresurada e irónica que la de mis des-consideraciones; aunque quizá aún más crítica, se encuentra en el brillante estudio: Curation: The Power of Selection in a World of Excess de Michael Bhaskar. Particularmente refiero a su apartado cuarto: The Origins of Curation.
Pero, más allá de apuntar esa seria y necesaria fuente, mis experiencias personales y mis reflexiones punk, es mi deber ético citar la verdadera fuente de mi saber estético-ontológico, pero ante todo: crudamente sociológico, del papel y estatus del curador en la pirámide artística, por que si, es una pirámide y los artistas están en la base. ¿Por qué lo sé? Por el auténtico texto esotérico que revela los arcanos de este aguerrido ambiente: el Manual de Estilo del Arte Contemporáneo: La guía esencial para artistas, curadores y críticos de Pablo Helguera, editado por Tumbona. En sus páginas, mediante la analogía de las piezas del ajedrez, el autor nos revela que la pieza que corresponde a la curaduría es la Torre, solo debajo en jerarquía de la Dama, es decir los coleccionistas y del Rey, es decir el director del museo. Solo añado que ahí encontrarán descifradas las claves herméticas para ganar la partida en el despiadado y estratificado mundo del arte.
Además de ofrecer contexto y las necesarias referencias académicas que se esperan de un texto curatorial, los últimos cuatro párrafos nos habilitan para entender que una singularidad interesante de la propuesta institucional de Ecos Sonoros es el operar ciertos desplazamientos en la estructura estándar de la función curatorial. En efecto, el trabajo de selección que se entendería como esencial partió de una convocatoria pública, de un concurso de proyectos con un presupuesto individual para su producción. De tal manera que el grupo de seis personas que dictaminaron todas la propuestas y seleccionaron las 30 ganadoras fungieron de facto como un primer comité curatorial, al menos en lo que respecta a la selección de proyectos, que naturalmente se formalizaron como encargos de obra.
De ese colegiado, Israel Martínez, Aurora Oliva, Nonis Prado y Fernando Vigueras fueron nombrados asesores directos de los artistas, con el propósito de tutoriar de manera personalizada el proceso creativo, o partes puntuales del mismo de acuerdo a su especialidad, mientras que a Helena Braujnstain y mi nos asignaron la función de la curaduría, entendida de esta manera más bien heterodoxa: compartiendo en alguna medida la tarea tutorial, acompañando y retroalimentando los procesos y por otra parte involucrándonos en el proceso de gestión de espacios y la producción general de la muestra, realizando, por supuesto la actividad, esa si muy esencialmente curatorial, que es el armado de su rompecabé... quiero decir: su programación.
No se puede omitir que el diseño mismo de la convocatoria, su orientación temática, el establecer como criterios necesarios que los proyectos plantearan formas de articular: agua, arte, naturaleza y colectividad, así como la idea de incluir una categoría para trabajos de investigación, función que desempeñaron Ana del Castillo y su equipo, responsables institucionales del proyecto, implican también un papel eminentemente curatorial. El grupo de mensajes en el que nos comunicábamos no podía pues llamarse de otra manera sino: curadores heterodoxos.
¿Cómo entonces, ensamblar y darle cuerpo a la muestra de los trabajos resultantes? Que los procesos y la convocatoria trazaban de origen una pluralidad de expresiones y que por lo tanto nos invitaba a fluir como la temática acuática misma, no nos liberaba de la responsabilidad de trazar un diagrama coherente de cauces. Teníamos trabajos de investigación etnográficos, históricos, ambientales y etnomusicológicos, instalaciones sonoras, interactivas e intermedia, composiciones de música mixta y electroacústica, operas híbridas, documentales extendidos y ensayos audiovisuales, laboratorios vivos de experimentación sonora, piezas envolventes de audio multicanal, de realidad virtual, acciones performativas, podcasts, registros y resultados de talleres comunitarios de creación sonora y hasta un festival de video infantil... todos vinculados por la temática, elástica, fluida y polisémica del símbolo acuático y sus interrelaciones socio-ambientales. La propuestas pedían espacios museales, de audición y presentación diversos, así que debimos amoldarnos a lo que había, como ya lo dije: con espíritu acuático, pero sin regarla.
Es importante consignar aquí la función articuladora clave de las residencias artísticas que se llevaron a cabo durante el mes de marzo en el Centro Cultural Los Pinos, Fonoteca Nacional y CENART, sedes también de la muestra, pues en ese espacio de presentación y discusión de los proyectos, en el colectivizar y así enriquecer las propuestas, se tejió una comunidad, un sutil espíritu de cuerpo, un Nosotros, una complicidad que quiero pensar facilitó el trabajo de integración de la diversidad creativa al momento de las decisiones de programación-curatoriales.
No nos corresponde evaluar lo preciso, documentado o afortunado de estas decisiones, tampoco haría explícitas mis predilecciones por tal o cual obra, claro que las tengo. No resoné igual con todas los proyectos y con las piezas resultantes. No todas cumplieron a cabalidad las expectativas que me, nos, generaron; sin embargo doy testimonio de que la enorme mayoría alcanzaron una realización impecable y en varios casos superaron lo que esperaba de ellas. Incluso un par de piezas que nunca alcancé a valorar cabalmente como proyectos, resultaron sorpresivamente potentes y atractivas en su exposición. Me resisto a mencionar alguna en particular para no entrar en el callejón sin salida de las omisiones.
Ecos de Agua tuvo una afluencia de visitas notable y exitosa: las sedes ya habitualmente concurridas lo facilitaron; pero si el publico encontrara propuestas que llamaran su atención hubieran pasado de largo en espacios llenos de otras actividades y exposiciones como ocurre en el CCLP y el CENART. En los espacios de Ecos de Agua la presencia y permanencia fue abundante y extendida.
No quiero finalizar sin una reflexión más general y abstracta respecto a la cualidad precaria e inestable de las artes sonoras dentro del dispositivo museal y galerístico derivado justo de la experiencia que me dejó curar Ecos de Agua. Como en ninguna otra responsabilidad curatorial y en otras experiencias como creador sonoro exponiendo obra, sentí en muchs de las piezas de manera corporal e innegable su rebeldía acústica frente al dispositivo arquitectónico predominante de la galería, que históricamente está diseñada para las artes plásticas, así como el auditorio está hecho para las artes escénicas. El caso del arte sonoro, esa in-disciplina -como genialmente la concibe y la nombra José Íges en su brillante tratado, encontramos en cualquier pieza que no sea para escuchar un audífonos, un celo tremendo para compartir un mismo espacio con otra pieza. La naturaleza expansiva y colectiva del sonido contrasta con el recorte objetivante de la mirada para la cual las salas amplias, reverberantes, los pisos y paredes duros no alteran la contemplación y la experiencia estética. Por el contrario, estos espacios arrojan las emanaciones acústicas de cada pieza a un aquelarre auditivo promiscuo y confuso. Confirmé pues que la galería idónea para el arte de instalación acústico o intermedial sigue buscando a los arquitectos que comprendan a fondo la física acústica.
Una curaduría desconcentrada y redistribuida, para una convocatoria plural y abierta, con formas híbridas entre la investigación y creación, sobre un elemento esencial que puede ser solido liquido o gaseoso, en un conjunto de prácticas estéticas vinculadas a la expresión sonora, que resulta un fenómeno humano y físico igualmente inquieto, disperso e inasible y que naturalmente da lugar no a una disciplina; sino, como ya dije con Iges, a una in-disciplina, podría sonar confuso y ruidoso; pero, la verdad es que algún tipo de cavidad transpersonal permitió contener esas inquietudes y proyectos creativos en una especie de cuerpo sin órganos, diría Artaud, llamado Ecos de Agua.
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